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martes, 5 de agosto de 2014

El sueño de Escipión

Traducción fragmentaria de El sueño de Escipión (Cicerón. Rep. 6.9)

Por Rafael Vázquez


Introducción

En el verano del año 51, Cicerón recibió en Cilicia, donde servía como gobernador, una carta de su amigo Celio, que había visto en Roma la publicación del diálogo de re publica, y entre otros detalles de la vida en la capital, la carta señalaba de manera puntual:
tui politici libri omnibus vigent.
Ya no era la época más gloriosa de Cicerón. Temiendo por la incierta situación política, había recurrido al exilio en 58 y cuando volvió a Roma, el primer triunvirato no ofrecía un clima propicio para el ejercicio de la libre expresión y mucho menos de la acción por medio de la gestión pública. (D’Ors, 8-9) Sin embargo, el Arpinate tuvo los arrestos de asestar a la Roma de su época lo que hoy llamaríamos un bofetón con guante blanco con un tratado que la posteridad ha catalogado como filosófico, pero también le ha dado valores históricos y pragmáticos, además de la innegable valía literaria que goza toda obra que salió de su pluma (o de sus dictados): un tratado en forma de diálogo sobre la más adecuada forma de llevar el gobierno, intitulado, adecuadamente para sus fines doctrinarios, y a medida para emular a Platón (Bickel, 448) como representante de la cultura griega que había enseñado al mundo a pensar: de re publica.
Cicerón había traducido en su juventud el Œconomicus de Jenofonte y el Protágoras de Platón. Los seis libros de re publica constituyen la primera de las obras filosóficas de Cicerón. Al parecer, comenzó su redacción en 54, en Cumas. Se trata de un diálogo que supuestamente ocupa tres días (los de las Ferias Latinas) entre Escipión Africano y otros miembros de su círculo: 
“El tema de la obra no es, como en Platón, la justicia encarnada en el Estado, sino el Estado mismo, su constitución y su gobierno”. (Rose, 185) Por supuesto, se trata de un Escipión idealizado para hablar de una Roma idealizada.
La parte más célebre del diálogo es el final, como que fue la única que sobrevivió íntegra. Siguiendo aún a Platón, Cicerón cierra con una visión del otro mundo; Escipión tiene un sueño en el que le es mostrada la morada celestial de almas grandiosas y justas, y se le conmina a prepararse para esa vida cuando su carrera en la tierra termine. (Rose, 184-5). El pasaje gozó de amplia aceptación y fama durante el tiempo inmediato a su publicación y los siglos subsecuentes. Lactancio y San Agustín nos dejaron amplios testimonios de ello (D’Ors, p. 10); Macrobio escribió un elaborado comentario sobre él, que, junto con el texto del “Sueño”, ha llegado a nosotros en numerosos manuscritos.(1) Pero ello generó cierto desinterés en la obra íntegra, cuya transmisión casi se malogró. Ya para el siglo vii la obra se presume perdida, y las citas de autores del xii son muy cuestionables.(2) Pero el “Sueño”, del que existen muchos ejemplares, sí tuvo una tradición exitosa, envidiable incluso para otros textos que hoy consideramos valiosos.
Apelando a la transmisión independiente del “Sueño”, lo abordaremos como un texto unitario, con las mínimas indicaciones de su contexto, que básicamente habrán de responder a una pregunta:

¿Quién es Escipión?
Publio Cornelio Escipión Emiliano Africano el Joven es el principal interlocutor de nuestro diálogo. Escipión, o Publio Emilio (185 - 129), por su nombre original, era hijo de Emilio Paulo, que encabezó la conquista de Macedonia. De los despojos de la guerra, el general reclamó la biblioteca del rey Perseo para sus hijos.(4) De joven, fue adoptado por Publio Cornelio Escipión, el hijo mayor de Publio Cornelio Escipión el Africano, vencedor de Cartago en la Segunda Guerra Púnica (Batalla de Zama, 202 a. C.), de quien tomó el nombre, lo que le permitió codearse con pensadores y destacados literatos griegos del momento, entre los cuales se contaban Panecio el estoico y Polibio, el historiador (Rose, pp. 98-99). Desarrolló un peculiar pensamiento filosófico-político: era un hombre de su tiempo, la República, pero coqueteaba con el ideal de Platón del rey filósofo. Casi no tenemos forma de acercarnos a su pensamiento, más que por los autores contemporáneos y posteriores, dentro de la Antigüedad, pero se sabe que fue un fructífero orador y, como se verá en el texto, sirvió en diversas magistraturas entre 151 y 132, concluyó victoriosamente la Tercera Guerra Púnica destruyendo Cartago tras un asedio que duró tres años; de la misma forma concluyó las guerras contra los celtíberos tras la toma de Numancia, y murió seguramente de forma violenta.(5)
La razón por la que Cicerón pone en boca de Escipión sus pensamientos al respecto de la vida institucional propia de la República, parece no ser otra que su frágil seguridad por el ambiente político, que ya nunca le fue completamente favorable desde que César cruzó el Rubicón. En dos ocasiones posteriores, pondrá a Lelio y a Catón el Mayor, contemporáneos de Escipión a encarnar su sentir respecto a asuntos más trascendentales que la política, en sendos diálogos: de amicitia y de senectute. En el caso del “Sueño”, se trata de uno supuestamente vivido por Escipión al respecto de lo que para él era el futuro de Roma, partiendo de lo que inmediatamente atañía a su persona, y con las premoniciones de lo que habría de acontecer en lo porvenir, porvenir que en tiempos de Cicerón ya eran hechos verificados.

El texto
El fragmento que trabajaré está tomado de la edición de Ziegler, confrontada con la de Mueller, ambas de la colección Teubneriana, de Leipzig.

Bibliografía

Ediciones del diálogo de re publica
M. Tullius Cicero. Librorum de Re Publica Sex. C. F. W. Mueller. Leipzig. Teubner. 1889.
M. Tulio Cicerón. Sobre la República. Intr., trad., apénd., y notas de Álvaro D’Ors. Madrid. Gredos. 1894.
-----------. Fasc. 39. De Re Publica librorum sex quae manserunt. Septimum recognovit. K. Ziegler accedit tabula. Leipzig. Teubner. 1969.


Obras de consulta
Ernst Bickel. Historia de la literatura romana. Versión española de José Ma. Díaz-Regañón López. Madrid. Gredos. 1982

H. J. Rose. A Handbook of Latin Literature. Londres. Harvard. 1949 (2ª ed.).



Cic. Rep. 6.9

[9]
SOMNIVM SCIPIONIS
(SCIP.) Cum in Africam venissem M.' Manilio consule(6) ad quartam legionem tribunus, ut scitis, militum, nihil mihi fuit potius, quam ut Masinissam convenirem regem, familiae nostrae iustis de causis amicissimum. Ad quem ut veni, conplexus me senex conlacrimavit aliquantoque post suspexit ad caelum et: Grates, inquit, tibi ago, summe Sol, vobisque, reliqui Caelites, quod, ante quam ex hac vita migro, conspicio in meo regno et his tectis P. Cornelium Scipionem, cuius ego nomine ipso recreor; itaque numquam ex animo meo discedit illius optimi atque invictissimi viri memoria. Deinde ego illum de suo regno, ille me de nostra re publica percontatus est, multisque verbis ultro citroque habitis ille nobis consumptus est dies.
[10] Post autem apparatu regio accepti sermonem in multam noctem produximus, cum senex nihil nisi de Africano loqueretur omniaque eius non facta solum, sed etiam dicta meminisset. Deinde, ut cubitum discessimus, me et de via fessum, et qui ad multam noctem vigilassem, artior quam solebat somnus complexus est. Hic mihi (credo equidem ex hoc, quod eramus locuti; fit enim fere, ut cogitationes sermonesque nostri pariant aliquid in somno tale, quale de Homero scribit Ennius, de quo videlicet saepissime vigilans solebat cogitare et loqui) Africanus se ostendit ea forma, quae mihi ex imagine eius quam ex ipso erat notior; quem ubi agnovi, equidem cohorrui, sed ille: Ades, inquit, animo et omitte timorem, Scipio, et, quae dicam, trade memoriae. [11] Videsne illam urbem, quae parere populo Romano coacta per me renovat pristina bella nec potest quiescere? (ostendebat autem Karthaginem de excelso et pleno stellarum, illustri et claro quodam loco) ad quam tu oppugnandam nunc venis paene miles. Hanc hoc biennio consul evertes, eritque cognomen id tibi per te partum, quod habes adhuc a nobis hereditarium. Cum autem Karthaginem deleveris, triumphum egeris censorque fueris et obieris legatus Aegyptum, Syriam, Asiam, Graeciam, deligere iterum consul absens bellumque maximum conficies, Numantiam excindes. Sed cum eris curru in Capitolium invectus, offendes rem publicam consiliis perturbatam nepotis mei. [12] Hic tu, Africane, ostendas oportebit patriae lumen animi, ingenii consiliique tui. Sed eius temporis ancipitem video quasi fatorum viam. Nam cum aetas tua septenos octiens solis anfractus reditusque converterit, duoque ii numeri, quorum uterque plenus alter altera de causa habetur, circuitu naturali summam tibi fatalem confecerint, in te unum atque in [p. 372] tuum nomen se tota convertet civitas, te senatus, te omnes boni, te socii, te Latini intuebuntur, tu eris unus, in quo nitatur civitatis salus, ac, ne multa, dictator rem publicam constituas oportet, si impias propinquorum manus effugeris. Hic cum exclamasset Laelius ingemuissentque vehementius ceteri, leniter arridens Scipio: ‘st! quaeso’, inquit, ne me e somno excitetis, et parumper audite cetera.
[13] Sed quo sis, Africane, alacrior ad tutandam rem publicam, sic habeto: omnibus, qui patriam conservaverint, adiuverint, auxerint, certum esse in caelo definitum locum, ubi beati aevo sempiterno fruantur; nihil est enim illi principi deo, qui omnem mundum regit, quod quidem in terris fiat, acceptius quam concilia coetusque hominum iure sociati, quae civitates appellantur; harum rectores et conservatores hinc profecti huc revertuntur. [14] Hic ego, etsi eram perterritus non tam mortis metu quam insidiarum a meis, quaesivi tamen, viveretne ipse et Paulus pater et alii, quos nos extinctos arbitraremur. Immo vero, inquit, hi vivunt, qui e corporum vinculis tamquam e carcere evolaverunt, vestra vero, quae dicitur, vita mors est. Quin tu aspicis ad te venientem Paulum patrem? Quem ut vidi, equidem vim lacrimarum profudi, ille autem me complexus atque osculans flere prohibebat.
[15] Atque ego ut primum fletu represso loqui posse coepi, Quaeso, inquam, pater sanctissime atque optime, quoniam haec est vita, ut Africanum audio dicere, quid moror in terris? quin huc ad vos venire propero? Non est ita, inquit ille. Nisi enim deus is, cuius hoc templum est omne, quod conspicis, istis te corporis custodiis liberaverit, huc tibi aditus patere non potest. Homines enim sunt hac lege generati, qui tuerentur illum globum, quem in hoc templo medium vides, quae terra dicitur, iisque animus datus est ex illis sempiternis ignibus, quae sidera et stellas vocatis, [p. 373] quae globosae et rotundae, divinis animatae mentibus, circulos suos orbesque conficiunt celeritate mirabili. Quare et tibi, Publi, et piis omnibus retinendus animus est in custodia corporis nec iniussu eius, a quo ille est vobis datus, ex hominum vita migrandum est, ne munus humanum adsignatum a deo defugisse videamini. [16] sed sic, Scipio, ut avus hic tuus, ut ego, qui te genui, iustitiam cole et pietatem, quae cum magna in parentibus et propinquis, tum in patria maxima est; ea vita via est in caelum et in hunc coetum eorum, qui iam vixerunt et corpore laxati illum incolunt locum, quem vides, (erat autem is splendidissimo candore inter flammas circus elucens) quem vos, ut a Graiis accepistis, orbem lacteum nuncupatis; ex quo omnia mihi contemplanti praeclara cetera et mirabilia videbantur. Erant autem eae stellae, quas numquam ex hoc loco vidimus, et eae magnitudines omnium, quas esse numquam suspicati sumus, ex quibus erat ea minima, quae ultima a caelo, citima a terris luce lucebat aliena. Stellarum autem globi terrae magnitudinem facile vincebant. Iam ipsa terra ita mihi parva visa est, ut me imperii nostri, quo quasi punctum eius attingimus, paeniteret.

Cic. Rep. 6.9

[9]
EL SUEÑO DE ESCIPIÓN

(ESCIP.) Habiendo llegado a África en calidad de tribuno militar, como sabes, a la cuarta legión, siendo cónsul Manio Manilio, nada me era más deseable que visitar al rey Masinisa, muy amigo de nuestra familia por razones justas.(7) Cuando llegué con él, abrazándome lloró el anciano, y un poco después elevó la vista al cielo y dijo: “doy gracias a ti, altísimo Sol, y a vosotros, los demás astros, porque antes de que migre yo de esta vida, contemplo en mi reino y bajo este techo a P. Cornelio Escipión, con cuyo mismo nombre me regocijo, y del mismo modo nunca se aparta de mi alma el recuerdo de aquel varón, el mejor y más insuperable.” Luego le interrogué sobre su reino, y él a mí sobre nuestra república(8), y dichas muchas palabras de esto y lo otro, se nos agotó aquel día.
[10] Pero después de ser recibidos por el comité real, llevamos la plática hasta entrada la noche, pues el anciano no hablaba de otra cosa que de Africano, y no sólo se acordaba de todos sus hechos, sino también de sus palabras. Luego, al irnos a acostar, el sueño me abrazó más fuertemente a mí, agotado del camino, y que había estado despierto hasta entrada la noche. Y entonces (verdaderamente creo que por eso de lo que habíamos hablado; pues suele suceder que nuestros pensamientos y pláticas generan algo en el sueño parecido a lo que Ennio escribe de Homero, sobre el cual, por supuesto, muy frecuentemente solía pensar y hablar mientras estaba despierto)(9), se me aparece Africano en esa forma que me era más conocida por su imagen(10) que por él mismo; en cuanto lo reconocí, de hecho temblé, pero él dijo: “Acércate y quita el temor de tu alma, Escipión, y encomienda a tu memoria las cosas que te diré.  [11] ¿Ves aquella ciudad, la cual, obligada por mí a obedecer al pueblo romano, renueva las antiguas guerras y no puede estar tranquila?” Y me mostraba a Cartago desde un lugar alto y lleno de estrellas, y ciertamente brillante. “Ahora tú vienes para asediarla como simple soldado. La derrocarás en dos años en calidad de cónsul, y se te dará el apodo, por ti ganado, que tienes hasta hoy heredado por nosotros. Pero cuando hayas destruido Cartago, y hayas celebrado un triunfo, y hayas sido censor, y hayas ido como legado a Egipto, a Siria, a Asia y a Grecia, una vez más serás elegido en ausencia y en calidad de cónsul prepararás la guerra más grande, y aniquilarás a Numancia. Pero cuando estés en tu carro entrando al Capitolino te toparás con una República perturbada por las imprudencias de mi nieto.(11) [12] Entonces será necesario que tú, Africano, muestres a la patria la luz de tu ánimo, tu ingenio y tu prudencia. Pero veo como bifurcado el camino de los hados de su tiempo; pues cuando tu edad haya cumplido siete veces ocho ciclos y regresos del sol (y estos dos números, de los cuales uno y otro cada cual por razones distintas, son tenidos ambos como perfectos) y por circuito natural se haya cumplido la suma destinada para ti, la ciudadanía entera se volverá a un tiempo hacia ti y hacia tu nombre; y te mirarán el senado, todos los buenos, los aliados, los latinos. Serás el único a quien confiar la salvación de la ciudadanía y, en pocas palabras, será necesario que en calidad de dictador restablezcas la república si logras huir de las impías manos de los que te rodean.” En esto, como Lelio hubiese gritado y los demás gimieron muy fuertemente, sonriendo suavemente dijo Escipión: “¡Sht!, por favor, no me despertéis de mi sueño y escuchad lo demás por un momento. [13] Pero a fin de que estés, Africano, más decidido a salvaguardar la república, ten en cuenta esto:(12) que para todos aquellos que hayan preservado, ayudado y aumentado la patria, está preparado un lugar bien delimitado en el cielo, donde disfrutan felices de la inagotable eternidad. De todo lo que se hace en la tierra, nada hay más acepto para aquel dios principal, que gobierna todo el mundo, que las asociaciones y las uniones de los hombres vinculados por el derecho, las cuales son llamadas ciudades;(13) cuyos gobernantes y guardianes salieron de aquí y aquí regresan.”
Entonces yo, aunque estaba aterrorizado, no tanto por miedo a la muerte como a las insidias de parte de los míos, de todos modos le pregunté si él mismo estaba vivo, y mi padre Paulo y los demás a quienes considerábamos extinguidos. Me dijo: “De ninguna manera viven aquellos que de las cadenas de los cuerpos han escapado como de una cárcel, ciertamente la que llamáis vuestra vida, es la muerte.(14) ¿Qué no contemplas a tu padre Paulo que se acerca a ti? Y cuando lo vi, rompí profusamente en llanto,(15) pero él me abrazó y besándome me impedía llorar.
[15] Y yo, que aguantándome el llanto apenas comencé a poder hablar, dije: “Por favor, padre santísimo(16) y perfecto, si ésta es la vida, lo que oigo que dice Africano, ¿Por qué habito en la tierra? ¿Por qué no me apresuro aquí a ir con vosotros?” Dijo él: “No es así de simple. A menos que ese dios, cuyo templo es todo lo que puedes ver, te haya liberado de la esclavitud del cuerpo, no se te puede abrir la entrada aquí, pues los hombres fueron engendrados con esta ley: que cuidarían aquel globo que ves en el centro de este templo, el cual se llama tierra, y a ellos les fue dada la inteligencia [extraída] de aquellas lumbreras sempiternas que son llamadas constelaciones y estrellas, las que esféricas y redondas, vivificadas por las mentes divinas, delinean sus círculos y órbitas con admirable rapidez. Por lo tanto, el alma debe ser retenida por ti, Publio, y por todos los piadosos, en la esclavitud del cuerpo y no debe migrar de la vida del hombre sin consentimiento de aquél de quien os fue dada [el alma], para que no parezca que habéis rehuido el servicio humano asignado por el dios. [16] Pero así como tu abuelo está aquí, como yo, Escipión, que te engendré, cultiva la justicia y la piedad, la cual dado que es muy importante entre los padres y los parientes, lo es aún más en cuanto a la patria. Esa vida es el camino hacia el cielo y hacia esta reunión de aquellos que ya han vivido y, librados del cuerpo, habitan aquel lugar que ves (era, de verdad, un círculo reluciente con una deslumbrante blancura entre llamas), al cual vosotros, así como lo recibisteis de los griegos, dais el nombre de Vía Láctea”. Desde ese lugar, yo, mirando, podía contemplar todas las demás cosas luminosas y maravillosas. Y eran esas estrellas que nunca vemos desde este lugar, y de todas las grandezas que nunca habíamos sospechado que existieran, de las cuales la más pequeña era esa que, la más lejana del cielo y más próxima a la tierra brillaba con luz ajena.(17) Pero el de las estrellas vencían fácilmente al tamaño del globo de la tierra, y ya la tierra misma me pareció tan pequeña que me avergonzaba de nuestro poderío, con el cual tocamos apenas un punto de ella.


NOTAS

1. D’Ors (pp. 10-11) refiere en su estudio que el artículo de B. Munk Olsen, “Quelques aspects de la diffusion du Somnium Scipionis de Cicéron au Moyen Âge (du IXe au XIIe siècle)”, en Studia Romana in honorem P. Karup, Odense, 1976, pp. 146-153, da cuenta de hasta un centenar de manuscritos del “Sueño” repartidos en cuarenta y dos bibliotecas.
2. “El hallazgo [del diálogo en la forma más completa que nos llegó] quedó reservado al Cardenal Angelo Mai [...] Nombrado prefecto de la Biblioteca Vaticana el 7 de noviembre de 1819, pudo anunciar el hallazgo el 23 de diciembre de aquel mismo año, y precisamente en los fondos del antiguo convento de San Columbano, de Bobbio, incorporados a la Vaticana en 1616. Se trata del códice palimpsesto Vat. Lat. 5757. La primera edición, del Cardenal Angelo Mai, apareció a finales de 1822.” (D’Ors, 11).
3.  El monje bizantino Máximo Planudes (1260-1310) tradujo el “Sueño de Escipión” al griego.
4.  Esta biblioteca data de los días de Arquelao, el patrón de Eurípides.
5.  Aunque su muerte es en realidad un misterio, Cicerón, de Or. ii. 40, ad Fam. ix. 21. § 3, asevera que su asesino fue Papirio Carbón, que un día antes lo había acusado públicamente de ser enemigo de la República.
6. Ziegler, en su edición, (Teubner, 1969), aunque se decide por consuli, ofrece también la lectura consule, que es la que tomamos.
7.  Masinisa (240-148) fue el fundador y emperador del Numidia. Al parecer, para la fecha que Cicerón propone esta visita, en realidad Masinisa ya había muerto, pues Escipión llegó a África en 150.
8.  Una clara antinomia que opone la magnificencia del gobierno monárquico a la aún más perfecta y elevada forma republicana.
9.  La epopeya de Quinto Ennio (239 - 169 a. C.) comienza con la narración de un sueño en el que se le aparece Homero y le dice que va a entrar en él para inspirarle su canto.
10.  Se refiere a una estatua, a un busto o a alguna efigie acuñada en moneda.ç
11.  Se refiere a Tiberio Sempronio Graco, uno de los hermanos impulsores de las reformas agrarias, que eran hijos de Cornelia, la hija del primer Escipión Africano, el que está hablando con Escipión el narrador de este sueño.
12.  La siguiente es, quizás, la sentencia más célebre del relato del sueño, cuyo contenido escatológico no sólo se adecuó al neoplatonismo, sino que se acomodó perfectamente en la teodicea cristiana.
13.  Justamente esta definición de civitas se opone a la de urbs, que se refiere preponderantemente a la infraestructura material y a los aspectos urbanísticos, por supuesto, de una ciudad. 
14.   Es más que evidente la presencia del ideario de Platón en Cicerón. Aquí aparece, con toda claridad, lo que el filósofo postulaba sobre la vida y la muerte.
15.  Más literalmente: “derramé la fuerza de mis lágrimas”.
16.  La sanctitas era la virtud que se atribuía a los ciudadanos píos, respetables y bienhechores. Era la virtud y el renombre que todo romano debía procurar.
17.  Una hermosa perífrasis que describe la Luna con tanta precisión científica como elegancia poética, que recuerda a Lucrecio.



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